En nuestra mente, la palabra moda se encuentra indefectiblemente asociada a la idea de los trapos femeninos y a cuanto se relaciona, de cerca o lejos, con su actitud y manera de caminar por la vida.
No obstante, nos quedamos cortos sin limitamos de forma tan drástica el amplísimo venero de ideas representadas por el vocablo.
Por lo pronto, la moda, tomada la palabra en el sentido usual, es decir, en el que alude a la ropa, es tan femenina como masculina. Acuda usted a un pase de modelos para caballeros, y ya me dirá si no es así.
En este aspecto, la moda viene a resultar un claro mentís a la profesión de fe en la libertad de la juventud, y a su negativa a obedecer normas y dictados de cualquier índole.
No me agradan los reproches. Pero, ¿qué otra cosa puede hacerse cuando, por ejemplo, los jóvenes de ambos sexos, en su mayoría, han accedido a endosarse los «vaqueros» como si se tratara de una prenda de uniforme?
¡Aunque solo fuera por un elemental principio de estética, en algunos casos, convendría ponerse otra cosa!.
La moda está presente en todas las actividades de nuestra existencia. No voy a entrar en disquisiciones acerca del porqué es así . Lo cierto es que se trata de algo innegable.
Están de moda en el deporte el jogging, el aerobic, el tenis y el golf. En la comida, los bocadillos de lechuga, las hamburguesas, los perritos calientes, la sacarina, los potitos y los yogures. En la estética, la gente flaca. En la bebida, el whisky, el vodka y la cola.
En el lenguaje, no podía suceder de manera distinta, la moda actúa con un vigor extraordinario desterrando el olvido a unos vocablos que darán lugar al nacimiento de otros, condenados de antemano al ostracismo.
En el idioma no cabe la convivencia pacífica. La lucha por la existencia no conoce cuartel y en ella se encuentra la demostración de que la lengua es algo vivo que, como nosotros, nace, vive y muere.
A una velocidad de vértigo, para designarnos a quienes ya dejamos atrás la cincuentena, estuvieron vigentes por algún tiempo las palabras carroza, porcelana, retablo y desguace. Dios sabe cuántas más habrán nacido después de éstas.
Hace algunos años, para despertar la piedad, los pobres de pedir mostraban sus miembros tullidos y deformes. Últimamente, es más frecuente la utilización de los niños, dicen que, incluso de alquiler.
También se ha puesto de moda el uso de instrumentos musicales como la guitarra, el acordeón y la trompeta. Estos improvisados intérpretes que, por falta de medios, no han tenido la oportunidad de pasar por el Conservatorio, suelen tener buen oído y, no ignorando que sus conciertos son una verdadera lata, juegan una variante de la ruleta rusa. El transeúnte escapa velozmente o les entrega su óbolo con la esperanza de que se calle de inmediato.
Entre la «jet poverty», es decir, entre los que carecen de todo y, por ello, no tienen nada que perder, se encuentran los que piden en silencio. Con su mutismo dramático reprochan a la sociedad el lamentable estado en que se encuentran sumidos.
Estos suelen utilizar, pues está de moda, un letrero impreso a bolígrafo sobre un trozo de cartón. He visto uno que decía: «Soy huerfano de padre y madre. Socórreme.»
El texto no tendría nada de particular si el postulante no estuviera más cerca de la cuarentena que de la treintena. Era un claro ejemplo de alguien que no iba bien a la moda.
Otro, que tampoco se encontraba muy impuesto de por donde iban los tiros, decía: «Tengo veintiséis años. A causa de la reconversión industrial he quedado en el paro. El ministro de Industria ignora que, en Inglaterra, cuando el país se vio obligado a realizar una operación semejante, realizó, previamente, profundos estudios…»
Seguían seis largos párrafos que, por supuesto, nadie se tomaba la molestia de leer.
El platillo situado a los pies del mendicante estaba vacío. El autor del letrero olvidó que la moda impone la prisa y que la gente ya solo lee los telegramas. Actualmente, es más fácil sustraerse al reuma en Asturias, que a la moda.
El reverso de la medalla, es decir, el solicitante de la piedad y la caridad ajenas, profundo conocedor de la naturaleza humana y de lo que se lleva en el terreno de la solidaridad, fue un hombre que, apoyada la espalda en una pared y sentado en una silla de playa, exhibía a sus pies un anuncio que decía:
«Hoy, a las 8,30, en el patio trasero del caserón de los Angoitia y Zumaya, intento de suicidio a cargo de un servidor.»
«El método a utilizar ha sido importado recientemente de Suecia, país situado en el primer ranking mundial de autoliquidaciones.»
«Por razones obvias, queda prohibida la entrada a menores de 14 años.»
«No se pierda está única exhibición.»
Las últimas líneas estaban escritas con una letra diminuta, circunstancia aprovechada hábilmente por el anunciante para despojar de su intimidad el escote de las mujeres cortas de vista, y de sus carteras a los hombres que, incautos, se acercaban para mejor leer.
El autor del comunicado se había percatado de que el suicidio se lleva mucho, aunque solo sea posible una puesta.
Tampoco desconocía que la crueldad y la indiferencia son moneda corriente y están de moda la violencia y la dureza de sentimientos.
Supongo que nos veremos a las 8,30, ¡si encontramos sitio!
Pedro Martínez Rayón. Reflexiones con sordina. Oviedo 1986