INTRODUCCION
Han transcurrido once largos años desde aquel lejano 9 de julio de 1979 en el cual tuvieron lugar la mayor parte de los hechos que narro a continuación.
Intencionadamente escribo «la mayor parte de los hechos», porque la autenticidad de todos los relatados no ha podido ser verificada. En su día, cuando traté de mantener una entrevista con los responsables del golpe, me estrellé contra su obstinada negativa a recibirme en el locutorio de la cárcel a la que habían ido a parar. Finalmente, ante mi insistencia, a través del abogado defensor encargado de tan ruidoso caso, me hicieron saber que no deseaban hablar. Estaban en su derecho y, naturalmente, dejé de porfiar. Nunca he vuelto a la carga.
Sin embargo, yo también -como cualquiera de los que permanecimos custodiados en los retretes durante lo que se nos antojó una eternidad- tengo mis prerrogativas y, utilizando una de ellas, he dejado en libertad la imaginación, inventando allí donde carecía de realidad en que apoyarme.
No me cabe duda de que algunos hechos no habrán sucedido exactamente como los cuento, pero también estoy persuadido de que pudieron haber ocurrido de tal manera.
Para variar, la descripción de ciertos episodios se ajusta a la realidad con precisión milimétrica. No en vano les he dado muchas vueltas, he realizado más de ciento cincuenta encuestas entre el personal secuestrado -cada una constaba de treinta y cuatro preguntas- reuniéndome con el Jefe Superior de Policía, miembros de la unidad TEDAX (Técnicos Especialistas en Desactivación de Artefactos Desconocidos), los empleados de la empresa dedicada al transporte de fondos, el cajero y los dos claveros restantes -uno de los cuales, amigo particular muy querido, hace años que nos ha dejado para siempre-.
Aunque conocía de primera mano las alteraciones que un episodio de semejantes características puede introducir en la salud del ciudadano desprevenido, también he hablado largo y tendido con el doctor encargado de los Servicios Médicos de Empresa. El cuadro clínico que puso ante mis ojos reflejaba, al menos en lo referente a los trastornos producidos por la ansiedad y las dificultades para conciliar el sueño, lo que a mí mismo me estaba sucediendo.

Banco Herrero – Sabadell de Oviedo
Efectivamente, ha pasado mucha agua bajo los puentes desde aquel nueve de julio. Ni siquiera yo soy idéntico al que fue encañonado con una metralleta cuando me disponía a cruzar el umbral del Banco. Ahora soy un jubilado que no puede escudarse en el exceso de trabajo para posponer, ni un día más, el pago de la doble deuda contraída en fecha tan lejana.
Intentaré satisfacer ambos compromisos de la única forma que tengo a mi alcance: escribiendo sobre aquello. Declarando formalmente que me siento orgulloso de haber pertenecido a una razón social en la que la única pregunta formulada por el máximo responsable al ser informado de que el Banco acababa de ser atracado fue: ¿ha habido alguna desgracia personal?
Parecida vanidad experimento al recordar que, como los demás, también yo fui capaz de estar en mi puesto, trabajando, menos de dos horas después de haber finalizado el episodio, desalojo por bomba incluido.
Ahora me siento más tranquilo, y aún lo estaré en mayor medida cuando confiese humildemente que el bárbaro ignorante que contempló cómo el hombre de TEDAX desactivaba el obsequio de los atracadores ha sido el autor de lo que sigue.
Enlace al pdf de la novela 1979: Atraco
Pedro Martínez Rayón, Oviedo 1990