Nuestro refranero pasa por ser un compendio de sabiduría al que puede recurrirse para encontrar explicación a todo lo bueno y lo malo que sucede en esta vida.
Sin embargo, en algunos casos, o el refranero ha perdido vigencia, o bien los términos con que se expresa ya no son los adecuados, por lo cual más que servirnos como una especie de Guía Michelín de los acontecimientos, nos confunde y desconcierta.
Aquél que asegura que «se ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio», constituye, además de una confesión de ignorancia de la resistencia humana, un absoluto desprecio a cuanto preconiza la oftalmología.
Admitir que alguien pueda andar por la calle con una viga clavada en un ojo es absurdo. Ignoro cuanto mide exactamente una viga, pero estimo que, por lo menos, cuatro metros. Caso contrario, sería un alevín de viga, es decir, una vigueta.
En cualquier caso, suponer que una persona en tan incómoda situación posea la suficiente dosis de curiosidad, y presencia de ánimo, para tratar de comprobar si cualquiera de sus prójimos tiene o no una paja en el globo ocular, resulta descabellado.
¿Recuerda cuando, viajando en aquellos inefables trenes de vapor, se le introducía debajo del párpado un diminuto cisto? ¿Se encontraba usted en condiciones de contemplar el paisaje?
Pues ahora realice, a ojo naturalmente, el cálculo de la diferencia de tamaño entre ambos inoportunos invasores de los órganos de la visión y confiese con sinceridad si el refrán aludido contiene algo que merezca el nombre de sabiduría.
Otro, que asegura con toda seriedad que «quien se pica, ajos come», es un flagrante anacronismo, es desconocimiento total de la realidad social contemporánea, y una vil difamación.
Únicamente los retrasados mentales ignoran que quien se pica, se droga. No come ajos.
Por otra parte, si el aforismo matemático de que el orden de los factores no altera el producto es cierto, «quien come ajos, se pica».
Esta afirmación, que no se tiene en pie, es calumniosa para cuantos sentimos una predilección especial por la sopa de ajo, el besugo al ajo arriero y las gambas al ajillo, y no nos hemos drogado nunca.
Otro que constituye un monumento a la estupidez humana es el de «el ojo del amo engorda el caballo».
Conozco algunos ganaderos que estarían dispuestos a pagar un buen precio a cambio de que sus caballos gocen de excelente salud, pero imagino que ninguno de ellos sacrificaría uno de sus ojos para conseguirlo.
Además, ¿quién asegura que el globo ocular es el alimento ideal para los equinos?
El refrán que trata de convencernos de que no nos dediquemos a la cría del cuervo pues nos sacarán los ojos, es el embuste más grande que he oído en mi vida.
No crean que escribo a humo de pajas. Para contar con argumentos irrefutables he escrito a la Asociación Internacional de Criadores de Cuervos, con domicilio social en Bruselas. Mi carta, para evitar errores de interpretación, iba en francés.
Sin duda por los mismos motivos, el Secretario General de la Asociación me respondió en español. Un español un tanto afrancesado pero lo suficientemente comprensible como para disipar cualquier duda.
Para tranquilidad de aquellos que, por temor a verse privados de los ojos, se resistan a la insistente llamada de su vocación a la crianza del cuervo, reproduzco seguidamente el texto íntegro de la contestación recibida de tan importante organización.
«Señor:
Su letra de vos, nos ha causado grande maravilla.
No jamás llegó a nuestras orejas la más petite nueva de desojamiento a pico de cuervo, volaille muy pacifique.
De todos nuestros miembros asociados (12.625) continúan a tener todos sus ojos. Excepción hacemos del sólo uno socio el quien perdió ojo a través tête a tête con Gestapo. Era él en aquella oportunidad Tresorier de la Resistence.
Estando ciertos de ya estar fallecidas sus dudas, enviamos para usted el testimonio de nuestra consideración más distinguida.
Sigue la firma del Secretario»
Después de esas muestras, y existen muchas más que no cito por falta de espacio, ¿será usted tan cándido como para conservar su irracional fe en el refranero?
Cualquier momento es válido para emprender el buen camino. Recuerde que «más vale tarde que nunca».
Pedro Martínez Rayón. Reflexiones con sordina. Foz, 1986