PRÓLOGO
Pedro Martínez Rayón nació en Oviedo el 11 de octubre de 1926. Su lugar de nacimiento, que en principio parece un dato puramente personal y sin trascendencia alguna para el desarrollo de su vida, se convierte en algo fundamental cuando se habla de su obra literaria. Oviedo aparece, al menos como punto de referencia, en prácticamente todo lo que ha escrito hasta el momento. Un gran escritor dijo en una ocasión que para escribir bien había que hacerlo sobre aquello que se conocía a fondo, máxima que Martínez Rayón ha seguido casi al pie de la letra.
A pesar de su ya bastante extensa obra, el autor comenzó a escribir, a dedicarse realmente a la extremadamente difícil tarea de la creación literaria cuando estaba a punto de cumplir los 60 años, a mediados de los años 80. Esto no quiere decir que su vocación haya sido tardía, ni mucho menos. Durante mucho tiempo antes escribía relatos cortos, ensayos y todo aquello que, en su opinión, merecía atención por escrito. Pero, quizás llevado por una excesiva modestia, tan escasa hoy en día entre nuestros más insignes artistas, destruía casi todo lo que creaba, convencido de su escaso valor, como no fuera para su propio solaz. Por fin, cuando llegó el ansiado momento de la jubilación-liberación de su trabajo bancario, todo lo que llevaba dentro desde hacía muchos años comenzó a salir a gran velocidad.
Comenzó dedicándose a los relatos cortos, que agrupaba en volúmenes por orden cronológico. Estos relatos, casi siempre escritos en clave de humor, le proporcionaron el “calentamiento” necesario para acometer obras de mayor envergadura. De estos primeros tiempos datan sus “Reflexiones en clave de sol”, conjunto de ensayos y relatos en los que exhibió un sentido del humor compendio de sus ídolos en este terreno, Woodehouse, Fernández Flórez, Jardiel Poncela, etc. Un todo con visos que recuerdan a cada uno de estos autores, pero con un sello personal en el que no deja de traslucirse una cierta amargura de vez en cuando, quizás producto de una vida de trabajo encadenada a normativas y reglas que llegan a repugnar a una mente libre como la de cualquier creador.
Martínez Rayón siempre ha demostrado una acusada preferencia por los títulos desconcertantes e impactantes para sus obras. No tenemos más que citar su “Antropología y lentejas”, uno de sus primeros éxitos no comerciales, puesto que, como la mayoría de los autores, difícilmente consigue llegar a publicar, sino personales y de reconocimiento, pues con esta obra llegó a ser finalista del prestigioso premio “Tigre Juan”, que se concede en Oviedo anualmente.
Otro de sus éxitos de sus primeros tiempos fue “Simphorien y el paraguas locuaz”, obra con la que ganó el IV Concurso de Novela Corta del Ayuntamiento de Las Rozas (Madrid), y que también sirve para ilustrar su inclinación por los títulos estrafalarios, a la vez que parece un pequeño homenaje a otro de sus ídolos, el francés Georges Simenon.
Otra de las características principales del autor es su impresionante meticulosidad en las investigaciones previas a cualquier trabajo literario. En todas sus obras salta a la vista el trabajo menos agradable para un escritor: la lectura de infinidad de periódicos, libros, artículos, etc., necesaria para conseguir que todas las referencias al mundo que rodea a los personajes sean exactas.
Martínez Rayón no escribe para el gran público. Sus novelas no se pueden comprar en los quioscos ni librerías. Sin embargo, ha llegado a inventar y perfeccionar un deporte personal: la presentación de obras a todos los concursos y premios literarios de los que tiene noticia. Apenas llega a su conocimiento la convocatoria de un premio, rebusca entre su ya extensa bibliografía alguna obra que se ajuste a las bases y la envía. No importa lo importante o lo modesto que sea el premio convocado. Con un espíritu que se podría calificar sin temor de verdaderamente deportivo, casi olímpico en el sentido Coubertainiano de la palabra, sus obras circulan por todo lo largo y ancho del país, con destino a los más diversos lugares y concursos literarios. Esto produce, principalmente, dos efectos: el mantenimiento de los puestos de trabajo en el servicio de Correos y el progresivo vaciado de su cartera. En cuanto al resultado de tan desenfrenado concursar, es más bien irregular. Es sabido que, al menos en España, la limpieza en la concesión de premios literarios es inversamente proporcional a su importancia, por lo que Pedro Martínez Rayón se ha convertido, en los últimos años, en un concursista literario al estilo del ciclista francés Raymond Poulidor que, por si el lector no lo recuerda, fue el mayor especialista de la historia en llegar el segundo en cuantas pruebas disputaba. Martínez Rayón ha conseguido en estos diez últimos años varios segundos premios, pero, precisamente en aquellos concursos a los que presentaba lo más granado salido de su pluma, siempre había un “consagrado” al que, curiosamente, se le concedía el premio tras unos días de pronósticos generalizados en tal sentido.
Pero, dejemos el no demasiado transparente y limpio mudo de la literatura de competición y volvamos a la creación, el ámbito en el que mejor se desenvuelve nuestro autor.
Tras algunas obras algo más extensas, parte de las cuales ya han sido mencionadas, llega lo que, a decir de muchos, es quizá su obra maestra: “Chatarra para los Midas”, una auténtica saga al mejor estilo “milagro americano” que se desarrolla, como casi siempre, en Oviedo y que, partiendo de un chatarrero más pobre que las ratas, termina con un auténtico imperio financiero. En ella Martínez Rayón nos presenta una personalidad profundamente humana: la de un hombre, llamado Midas, que partiendo de la nada, llega a la cima del éxito comercial, pagando por ello el precio que siempre se paga: su vida familiar. Los personajes no aparecen en esta novela; “viven” en ella.
Superar el nivel de “Chatarra para los Midas” era prácticamente imposible. Lo lógico era ir hacia abajo. Pero la capacidad productiva de Martínez Rayón no estaba agotada ni mucho menos. Tras esta magnífica novela, el caudal no disminuyó. Después de muchos años, el autor desempolvó sus notas sobre lo que había sido el mayor atraco perpetrado en Asturias hasta el año 1979, el cometido contra el Banco Herrero, y produjo una trepidante obra: “1979: Atraco”, en la que desarrolló un original punto de vista, pocas veces plasmado en la palabra escrita, aunque sí en el cine: la preparación y ejecución de un atraco vista desde el lado de los atracadores.
Un viaje a Rumanía durante el año 1989, sólo un par de meses antes de los terribles sucesos que desembocaron en el ajusticiamiento del dictador Ceaucescu y su sanguinaria esposa por el enloquecido pueblo rumano, le inspiró “Traiasca!”, novela en la que se estudia la evolución del pensamiento de un fanático oficial de la “Securitate”, la brutal policía política de Ceaucescu, hasta convertirse en uno de sus más fieros detractores. Más tarde llegaría “Olor a especias”, relato intimista sobre la vida en una pequeña localidad del norte de Galicia, centrada en una de esas pequeñas tiendas que abundan en aquella tierra que Martínez Rayón conoce; durante varios años, pasaba allí un mes de verano, lo que le acercó al carácter y forma de actuar de las gentes que allí viven.
“Sólo en San Manfrediano” es la epopeya de un hombre que, por la conocida emigración a los núcleos urbanos procedente de los rurales, se va quedando sólo en un pequeño pueblo.
Otras de sus obras son “Viaje para viejos”, “Cosecha mil novecientos y pico” y “Tránsito de Pedro y Pablo”, ésta última la que hoy nos ocupa.
“Tránsito de Pedro y Pablo” obra de título bíblico, como bíblica es la epopeya de sus personajes, no es, en realidad, una novela. Son dos relatos entrelazados casi tan íntimamente como los hilos que componen una cuerda, dedicados a dos personas, Pedro y Pablo, procedentes de extracciones sociales muy diferentes y colocados, por obra del destino trágico de la España de los años 30, en una muy parecida situación: la de morir por sus ideas a manos de sus propios correligionarios.
Los avatares de las vidas paralelas de Pedro y Pablo se cruzan y entrecruzan en diferentes puntos del relato. Uno nace en Oviedo y hace su servicio militar en Palma de Mallorca; otro nace en ésta última ciudad y es destinado como militar profesional a Oviedo. Uno es maltratado al comienzo de su vida y luego lucha para cambiar el estado de las cosas. Otro no conoce necesidad de ninguna clase en su infancia y luego lucha por unos principios ciertamente románticos, pero quizás al borde del anacronismo en la debacle española de los años 30.
Los mismos hechos que fueron conduciendo gradual e inexorablemente al estallido de la guerra en 1936 son analizados de forma casi idéntica por dos mentalidades tan diferentes como podían serlo las de dos habitantes de una España profundísimamente dividida como era la de aquellos tiempos, aunque, como es lógico, las conclusiones a las que llegan los protagonistas no son, ni pueden ser, las mismas.
Como todos los componentes de su generación, e incluso de las posteriores, Martínez Rayón ha visto su vida fuertemente influida por la guerra civil (a decir de muchos, la más incivil de las guerras). No en vano le tocó vivir en su adolescencia los peores años de la posguerra, los que en Asturias se denominaron, de forma harto expresiva y sin dar lugar a duda ninguna, “los años de la fame”.
La historia de Pedro, un revolucionario convencido y violento, se aborda en esta obra de una forma muy periodística; casi podríamos calificarla de corresponsalía de guerra. A medida que transcurre la acción, se va ahondando en los sentimientos y personalidad del personaje, llegando casi a convertirse en un relato de aventuras. El personaje, por su parte, es un auténtico arquetipo del producto de las capas más desfavorecidas de una sociedad profundamente injusta. Por contraste, la de Pablo es mucho más personal, más intimista. La mayoría de los datos de ésta última, incluso los referidos a su muerte, son biográficos. No se trata en este caso de la creación de un personaje procedente de la imaginación del escritor, sino de los sucesos reales acaecidos al padre del autor, lo que explica el detalle al que se llega en cuanto a las circunstancias y peripecias de su vida y los pronunciamientos más íntimos que se producen cuando el final se precipita. En cualquier caso, en ninguna de las dos historias se renuncia al “otro” campo, es decir, al personal en el caso de Pedro y al histórico en el de Pablo.
Además, Martínez Rayón se permite una licencia en la historia de Pedro. Está contada de forma muy cinematográfica, en lo que en términos del celuloide se llama “flashback”; su historia comienza por el final, y el protagonista va recordando su vida cuando ésta va a llegar a su fin. En cuanto a Pablo, dada su relación con el autor, su historia está contada en primera persona, dando lugar a una mayor identificación del lector con el personaje, cuyas opiniones, por moderadas, son más fácilmente compartibles por quien accede a estas páginas.
La lectura de esta novela proporciona una sensación parecida a la de bajar por una escalera viendo enfrente, como en un espejo, la misma escalera que sube, y sabiendo que dentro de un momento estaremos ascendiendo por sus peldaños.
Por otra parte, y como en cualquier testimonio de la barbarie desatada que supone cualquier guerra, y la civil española especialmente, su lectura llega a impresionar, no solo a quien esto escribe, cuya implicación personal puede producir un excesivo apasionamiento, sino a cualquier persona que aborde la lectura de esta obra desde un punto de vista más objetivo, sobre todo si se tiene en cuenta que el caso de sus dos protagonistas no fue, ni mucho menos, algo aislado en nuestro país. Muchas personas fueron muertas por sus ideas a lo largo de la historia de España, pero posiblemente la mayor concentración de asesinatos de este tipo se haya dado en los años 30 y 40, con el agravante que supone el absurdo de que muchos fueron condenados y ejecutados por sus mismos “camaradas”, sin derecho a juicio ni defensa alguna. Todo ello produce una especie de desasosiego cuando se finaliza su lectura.
No me queda más que desear que al lector le interese la lectura de “Tránsito de Pedro y Pablo”, agradeciendo vivamente que se me brinde la ocasión de prologar una obra en la que, como queda dicho, me siento implicado personalmente, ya que está escrita por mi padre. También he de agradecerle al autor que la haya escrito, ya que me dio la oportunidad de aprender, aunque fuese de lejos, algunos aspectos sobre la vida de mi abuelo, al que una guerra civil, absurda como todas y cruel como pocas, me privó de conocer personalmente.
Iván Martínez Mielgo
Abril, 1996
Por desgracia, en junio de 2015, nos dejó huérfanos de padre y de historias.
Querido primo Iván, quizás yo pueda aportar algún granito más a esta historia.
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