Prohibido prohibir

Nuestra existencia discurre a lo largo de una senda jalonada por prohibiciones. Como la mayor parte de éstas tienen alguna relación con el movimiento, puede que algún día nos veamos forzados a inmovilizarnos definitivamente.

Vean algunas muestras: Prohibido el paso, girar a la derecha, girar a la izquierda, apearse en marcha, bajar en ascensor, etc, etc.

En ciertos casos, las prohibiciones tienen un amenazador aroma de exterminio. Ejemplo claro es el «terminantemente prohibido» que, además, viene a rebajar la importancia del resto de las prohibiciones. Es como si lo prohibido a secas tuviera un deje de permisividad.

La abundancia de prohibiciones terminará por crearnos un complejo de impotencia motriz que no nos llevará muy lejos.

Creo que la solución a tan desagradable perspectiva podría encontrarse en la utilización de una creatividad optimista fundada en el buen criterio del público.

Los carteles diciendo «Prohibido el paso a toda persona ajena a esta obra» podrían ser sustituidos por otros que indicaran: «Puede usted pasar, pero si lo hace quizás quede reducido a 15 cm. de pulpa con zapatos».

El de «Prohibido asomarse al exterior» que vemos en los trenes, sería más expresivo si proclamara: «Si lo que desea es prescindir de la cabeza, asómese».

Aquel que, en los autobuses, dice: «Prohibido hablar con el conductor», podría decir: «Caso que pretenda contribuir a la innata falta de concentración del conductor, hable con él».

En vez de la señal de «Prohibido girar a la izquierda» debería colocarse un gran mural en el que pudiera leerse: «¿Le agrada el ambiente de los hospitales? Si es así, gire a la izquierda. No tardará en verse en uno».

Aquel, un tanto repugnante, de «Prohibido escupir en el suelo», que realmente parece una invitación a hacerlo en las paredes o incluso en el techo, tendría que ser sustituido de inmediato por otro que diga: «Su saliva es suya; no la derroche a troche y moche».

«Prohibido arrojar objetos a la vía», sería innecesario si a lo largo de nuestras vías férreas se instalaran grandes cestas (un metro de ancho por uno de fondo), con lo cual desaparecería el paro de cesteros y brigadas de limpieza, además de fomentarse el baloncesto entre los sedentarios viajeros. El nuevo cartel podría decir: «Aproveche la oportunidad de encestar a 100 por hora que le ofrece RENFE».

La prohibición de rodar a más de 120 que vemos en las autopistas debiera ser retirada y, en su lugar, colocado el siguiente consejo: «Si no puede ver a su suegra, y no desea verla más, circule a más de 120».

El perspicaz lector habrá advertido que en ninguno de los nuevos avisos propuestos se intenta coartar la libertad del ciudadano. Con ellos se pretende únicamente vigorizar el ánimo, un tanto apocado y timorato, de la gente desconcertada ante el creciente número de prohibiciones.

La situación ha llegado a ser tan grave que, cuando nos proponemos hacer alguna cosa, y no nos enfrentamos con aviso alguno de que esté prohibido, nos abstenemos de hacerla por temor a que el famoso letrerito se haya caído o haya sido arrancado por algún guasón que tampoco advirtió otro letrero que prohibía arrancar el primero.

De igual modo que los franceses de hace algunos años, gritaron «¡La imaginación al poder!», pidamos a voz en cuello: «¡La imaginación a los ilegalizantes!

Pedro Martínez Rayón, Reflexiones con sordina, Foz, 1986

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