Doble o nada

Ignoro si a Vd. le ocurre como a mí, pero estoy seguro de que, si le sucede, se sentirá tan molesto como yo. Le explicaré de qué va la cosa.

Cuando comienzo a escribir uno de estos conatos de historia, procuro concentrarme y apartar de la mente cualquier idea que pueda interferir en tarea capital. Sin embargo, algunas veces resulta imposible.

Hace poco tiempo, por ejemplo, actuando como ginecólogo en paritorio, había iniciado la traída al mundo de un bodrio que iba a bautizar con el nombre de «Esto no marcha» -curiosa premonición- cuando su protagonista, Senén, se empeñó en hablar y actuar utilizando el guión previsto para Bruno, personaje central de «Así, cualquiera», otra historieta cuyo argumento pugnaba por tomar forma definitiva al abrigo de mi blanca y cada día más escasa cabellera.

Senén estaba condenado a ser un desheredado de la fortuna, y en mi imaginación, le reservaba tal cúmulo de desgracias y situaciones penosas que, asustado, temiendo la avalancha que se le venía encima, inició una rebelión incruenta, pero molestísima.

Cuando yo intentaba hacerle decir en tono melodramático: «Tendré que empeñar el felpudo», exclamaba con acento de magnate de petroleo: «Vaya, las acciones Payer han subido otros cuarenta enteros».

La situación se deterioro considerablemente en el momento en que Bruno, satisfecho con el papel que habría que representar en «Así, cualquiera», se negó obstinadamente a aceptar el que trataba de abandonar Senén.

Además, para colmo de males, a Bruno le gustó Ana, en cuanto la pensé para Senén y, a medida que la adornaba con virtudes y cualidades, crecía su capricho de hombre a quien nada se resiste.

En aquellos momentos sentí una profunda envidia de Pirandello, a quien buscaban desesperadamente nada menos que seis personajes. A mí, por el contrario, se me escapaban los dos que, erróneamente, consideraba de mi exclusiva propiedad.

El problema se me antojaba insoluble. ¿Qué podía hacer? ¿Cambiar de nombre a los protagonistas? ¿Suavizar la triste situación del desgraciado aminorando, al mismo tiempo, la fortuna del agraciado por la suerte?

Tan pronto como estas dos soluciones apuntaron en mi cerebro -y de momento sólo se encontraban en estado embrionario- Senén y Bruno se enzarzaron en una enconada polémica. Mis esfuerzos por llevar un poco de orden y sensatez a los acalorados litigantes no consiguieron el menor resultado. Cuando intente hacer valer mis derechos de autor, el barullo llegó a ser imponente; tanto, que se me declaró un tremendo dolor de cabeza refractario a cuantos analgésicos probé.

Cuando, en un susurro para no hacer excesivo ruido, afirmé que ninguno de los dos tenía voz ni voto, que ambos eran producto de mi fantasía y, por tanto, yo y únicamente yo contaba con el poder necesario para hacerles nacer en cuna de papel, o borrarles de un simple plumazo, su indignación adquirió proporciones gigantescas. A grito pelado declararon que, puesto que les había creado, so pena de merecer el castigo reservado a los asesinos, no debía borrarles del mapa; que lo sugerido les hacía temer por su razón y que si me creía un dios dueño de vidas y muertes.

Bruno, quizás presumiendo de culto, llegó a decir que yo era especie de tirano medieval que intentaba poner en práctica un derecho de pernada mental totalmente obsoleto y fuera de lugar.

Durante unos momentos los descontentos se callaron, sumidos en honda reflexión.

«Aunque no lleguen a un acuerdo -me dije-, menudo alivio que me proporciona su silencio. Y como no me propongan algo admisible para mi dignidad de ser de carne y hueso, recurro al olvido y se acabó».

Aquello resultó una verdadera imprudencia pues, Bruno y Senén, alojados en mi cerebro, formaban parte de mi mismo y estaban al cabo de la calle de cuanto pensaba.

Procuré tranquilizarles, diciéndome mentalmente: «Esto hay que arreglarlo a satisfacción de todos». Al propio tiempo, procuraba que mis pensamientos se encaminaran por derroteros distintos, totalmente ajenos al problema en cuestión.

Naturalmente, esta tarea no estaba al alcance de un ser humano como yo, incapaz de pensar en dos cosas distintas simultáneamente.

Para hacer algo tan complicado sería necesario disponer de un cerebro montado con un mezclador de sonido, pero, incluso si esto fuera posible, el nuevo pensamiento, fruto de los otros dos, resultaría un híbrido que nada tendría que ver con los dos iniciales y, por tanto, sería inservible.

Así pues, hice lo único factible. Alternativamente, pensé en Senén, en Bruno y en las angulas al pil-pil. Pasé veloz de un personaje a otro y, de ellos a mi plato favorito, para empezar nuevamente con Senén, como en un carrusel desbocado que gira más rápido a cada vuelta, hasta que sucedió lo que tenía que suceder.

En mis fatigadas circunvalaciones cerebrales se materializó, no sé por qué, un nuevo pensamiento relacionado con la motosierra PAJAX, modelo T-13.

Entonces me vi libre de mis rebeldes caracteres que aún tuvieron tiempo de gritar a coro, antes de desaparecer para siempre en el olvido: «¡ASESINO!».

He de confesar que, desde entonces, no me siento muy tranquilo. No obstante, si alguien me llevara a los tribunales, estoy dispuesto a alegar con total seriedad que me limité a actuar en defensa propia.

Pedro Martínez Rayón. Reflexiones en clave de fa. Oviedo, 1986

1 comentario en “Doble o nada

Deja un comentario